POR
JUAN SEBASTIÁN NARANJO P.
Hablar del futuro es igual o más incierto que hablar del pasado, aún más cuando el pasado es seducido por un paréntesis de desconocimiento social. Saber sobre lo que en verdad pasó en el ayer, es como decodificar un algoritmo sin ser matemático o programador; ya que, para entender la realidad hay que visualizar varios espectros que nunca entenderemos. Uno de especial interés, se enfoca en conocer un poco más sobre el gran atentado del 11 de septiembre de 2011. Tengo serias dudas, si lo que las futuras generaciones estudiarán, será sobre el atentado de las torres gemelas o a su vez sobre la posible estafa en el seguro de las torres gemelas.
Es curioso hablar de una posible estafa en el mundo asegurador, ya que en 99 de 100 casos, las aseguradoras se posicionan como triunfadoras dentro del campo económico, debido a que el ciudadano común que contrata un seguro, casi nunca es beneficiario de su cobertura. Por otro lado; ese único caso posible en contra de los 99 imposibles de ocurrir, acaeció el 11 de Septiembre y en consecuencia detonó la alarma del incendio de las aseguradoras y reaseguradoras. Además de la caída de las torres gemelas, el planeta entero observó de cerca la caída del sistema asegurador. Años de estudios en modelos matemáticos, científicos y actuariales, reflejaron un extremo fracaso aquella fecha. Aquel día negro las compañías aseguradoras aprendieron que no es posible asegurar hechos terroristas, al ser muy peligroso sobrevalorar bienes inmuebles, de igual modo es imprescindible contar con un reaseguro para eventos extremos.
Las aseguradoras, para calcular una prima de riesgo excluyen de sus estudios 1 de cada 200 casos; en otras palabras, consideran que de cada 200 años, 1 año será de pérdida con total seguridad (VAR 99,5%). Esto es elocuente cuando, en la cartera de las aseguradoras no presentan eventos que apoyen extremas pérdidas, para mala suerte el 2011 fue ese año de pérdida de los 199 períodos que no consideraban pérdida. El 11 de Septiembre además de la pérdida de más de 3000 vidas humanas, fue un día de potencial ganancia para el empresario norteamericano Larry A. Silverstein, quien en el año 2000 adquirió las Torres Gemelas por una suma de US$2.275`500.000,00; sin embargo, contrató varias pólizas de seguro con algunas coberturas, entre ellas, contra posibles atentados terroristas para cada edificio, por más del doble de su valor de adquisición en caso de un siniestro (cobertura total de más de 4 mil millones de dólares). Luego del voraz atentado, el empresario en mención materializó su póliza de cobertura y cobró cerca de US$ 4.550`000.000,00, aun cuando el monto de reclamo era superior, luego de algunos juicios, las cortes actuaron de forma ajena a su pedido. De esta forma Silverstein duplicó su inversión y se ganó el sobrenombre de “El suertudo Larry”. Dicha suerte sería empujada por el deseo de algunos accionistas de Larry y a su vez funcionarios del gobierno del ex presidente George W. Bush. Suerte o no, el mundo del seguro es así. Los seguros generan coberturas, disminuyen los riesgos de pérdida, pero se los calculan a papel, lápiz y calculadora de mentes matemáticas bajo estructurados diseños comerciales.
El tema es que el seguro no deja de ser un número, este número significa una cobertura, su fórmula a veces integra variables que explican un riesgo, sí, exactamente un riesgo, por ende, no acoge formas de cálculo que midan la frialdad humana; formas irreales de suscitar casos forzados, el riesgo que presenta es de forma aleatoria natural, más no de manera forzada. En pocas palabras el seguro de las Torres Gemelas fue un hecho tan difícil de ocurrir, que en el mundo asegurador otro hecho parecido tiene permiso para suceder del presente a 200 años, antes no es permitido o bueno no está calculado para que acaezca.